Imagino con rubor
el sabor afrodisiaco
que se enredaba en la lengua
y requisaba mis labios.
Imagino al paladar
relamiéndose de facto,
y ese incesante preludio
de sabores y de encantos.
Imagino el sol, el mar,
el calor y el entusiasmo,
y el hormigueo excitante
de estar de gozo pecando.
Y me imagino la luna
bajo la luz del verano.
Y, sobre todo, imagino,
el sueño de aquellos años
en que nada era mentira
y un irresistible helado
envolvía nuestras noches
de crema, nata o arándanos.
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