Te solazas, desahogas, sueltas
la labia y la euforia, ejercitas el cerebro, a la vanidad alimentas y te
sientes en la gloria.
Comienzas por la fachada, el
llamado continente, decorándola con mimo, a sabiendas que la enjundia ha de
circular por dentro, es decir, el contenido.
Eliges los ornamentos, la escritura,
un buen encaje y demás aditamentos, y con maestría e ingenio vas recreando el
paisaje.
Lo más arduo viene luego. Pues
no siempre acude fácil aquello que te imaginas. Lo rumias, lo representas, lo
percibes, lo presientes, pero hay veces que no llega por mucho que tú te
empeñes.
Para los blogueros serios, el blog
es fiel instrumento. Plasma alegatos, vituperios y demás predicamentos. Los hay
que son literarios, otros que son artísticos y, si rascamos un poco, los hay hasta
creativos.
El mío, ni adobo ni hechura tiene,
pero me lo paso en grande. Bloguear es un estímulo, un juego, un placentero
deporte para el contrito cerebro. Un remanso entre ajetreos.