Cae sobre el asfalto
una urdimbre de plata,
una lluvia fulgente
con destello escarlata
que refleja su vuelo
a la luz de un farol.
Una niña la observa,
como observa a las flores
-que lozanas despiden
aromosos vapores-,
y al pequeño gatito y
al feliz caracol.
.
Se estremecen los
charcos con el baile de gotas,
y al runrún de un
suspiro, un sinfín de gaviotas
exultantes acuden a
un posible festín.
La pequeña que suele
asombrarse de todo,
se percata del aire y
del sol y del modo
en que brotan las
notas de un pequeño violín.
.
Se aproxima a su
encuentro, y descubre al anciano
que, a pesar de la
lluvia, va meciendo su mano
al compás de la
música que su mente creó.
Esta niña sensible se
emociona al oírlo,
y se acerca al
instante, pues quisiera aplaudirlo,
mas no pudo por menos
que sentir lo que vio:
.
tiritaba de frío, y
un ligero calambre
sacudía el silencio que
gritaba del hambre,
y acudió presurosa para
verlo comer.
Se acercó conmovida a
su lado, en el banco,
y le dijo al oído que
una estrella de blanco,
encontraba en su
música un inmenso placer.
.
Y se hicieron amigos
y, al salir del colegio,
casi todos los días
escuchaba el arpegio
que el anciano tocaba
al oírla llegar.
Cada vez que llegaba
la gentil heroína,
se sacaba el anciano
una incómoda espina,
y soñaba tan solo con
volar y volar.
.