Contemplo, reclinada sobre el alféizar de la ventana, y con
la complicidad unánime de mis sentidos, cómo una urdimbre de plata trasciende
el aire, y percibo absorta un derramamiento de lágrimas en los cristales.
Observo que la lluvia, al esparcirse, teje un tapiz de
estambres irisados en un anhelo incontrolado por lucirse.
Y, al inclinarme, advierto complacida, cómo las gotas de
lluvia en su afán de gloria, escancian la tierra del parque, provocando una escalada
eufórica de aromas legendarios.
Ensimismada, oscilo entre los cálidos vapores de dos
mundos: el pretérito, amable y de un verde intenso; y el presente, huidizo y con
los ribetes azules del invierno.
Contemplo, reclinada sobre el alféizar de la ventana, caer
la lluvia dulcemente, con una mansedumbre trágica e inevitable, y admiro profundamente
la maestría de los Dioses.