Nirvana...

No sé cómo decirlo, no lo sé;

me fascina hasta el verme respirar,

saber que, cada día, al despertar,

continúo viviendo y sigo en pie.

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Porque nunca entreví, ni imaginé,

que pudiera sentir, oler el mar,

atravesar la atmósfera, volar

y vivir todo aquello que soñé.

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Al mirar a través de la ventana,

deambulo por otra dimensión

que me lleva directa hasta el nirvana.

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Un nirvana cercano, en comunión

con la luz que me alumbra la mañana

y me atraganta siempre de emoción.

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No lo sé...

A través de la letras, resucito
al ego estrafalario y diletante
que pugna por salir y que, al instante,
se ríe susurrándome este escrito.
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Con tan osado cómplice, levito
y sobrevuelo el vértigo excitante
que habita en mi cerebro extravagante,
tocado de un locuaz cortocircuito.
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A pesar de lo escrito, no lo sé,
no sé si fue la luna instigadora,
y todo lo que veis me lo inventé.
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Me rijo casi siempre por la aurora
que me inyecta su cósmico caché
y pugna por tildarme de escritora.
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Aromas...

Un preludio de aromas “in crescendo”,

por los montes y valles sobrevuela,

dibujando en el aire la acuarela

de un paisaje alegórico latiendo.

Se aproxima la lluvia, ¡está lloviendo!,

y en mi mundo sensible se evapora

una emoción tan cálida, que implora

la dulce comunión con mis sentidos.

Penetra la belleza en mis oídos,

y siento que, tal vez, algún Dios llora.

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Entelequia...

Habita en mi cerebro,
imperturbable,
un yo impertinente y conflictivo
que exhibe, sin vergüenza o discreción,
un arsenal ingente de sandez.
Insolente y excéntrico, 
me acapara,
ahogando mi deseo de crecer.
Me refugio en el arte y la belleza,
en el verso que tiembla si lo invoco,
en el gen bipolar de mi existencia
que ampara la emoción
que me arrebata.
Y, sin embargo, percibimos juntos
la entelequia de este duelo vital
que nos envuelve.
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Teresa y la Menda--

Devoro con placer la letra impresa,

con tanta devoción y desmesura

que temo convertir en aventura

el tiempo soberano de Teresa.

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A veces desvaría, mas regresa,

y abogo por que emprenda la escritura,

pues sé que, cuando escribe, la lectura

aguarda tapizada de promesa.

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La siento discurrir por estos versos,

mirando ensimismada la ventana,

y sé que está volando a todo gas.

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Regresa al poco rato entre dispersos

esbozos de alegría casquivana,

y escribe sin notar que estoy detrás.

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(Por la Menda)

Inteligencia...

No le tengo miedo al rayo,
ni al furor de las tormentas,
ni a los embates del mar,
ni a los temblores de tierra,
ni temo a los huracanes
que arrasan islas enteras,
ni a la muerte si llamara
en este instante a mi puerta,
porque admiro el universo
y amo la naturaleza.
Temo más a los humanos
que destruyen lo que besan,
los que prometen mentiras
y se alimentan con ellas,
temo a todos esos hombres
que hacen uso de la fuerza
y van derramando sangre
de tantas mujeres muertas;
y temo al politicastro
que mata la inteligencia.
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Mariposas...

Bajo la luna ingrávida del cielo,
confeccioné estos versos, vida mía,
rememorando el vértigo y el vuelo
de tu voz que vibraba en lejanía. 
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Observé el infinito y el revuelo
volátil de las aves, su armonía,
y, mientras me implicaba en ese anhelo,
la aurora, extravagante, se encendía.
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Te avisté en ese instante por el monte
que enfocaba de verde el horizonte
envuelto por un vals de mariposas.
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Los besos, descarados, se arriesgaron,
y, al borde de tus labios, resbalaron,
como el rocío, amor, sobre las rosas.
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Lo que piensa la Gioconda mientras posa... (Espinelas)

Ay, Leo, me vuelve loca

tu ímpetu inquisitivo,

ese deseo lascivo

de escudriñarme la boca.

Que sepas que me provoca

esa mirada insistente,

esos ojos, ese ardiente

afán de hacerme divina,

de tu férrea disciplina

por pintarme sugerente.

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Ay, Leo, si tú supieras

cómo agitas mis sentidos,

cómo cantan mis latidos,

cómo el aire degeneras.

Ay, Leo, si lo supieras…

Si supieras que te quiero

y que siempre desespero

mientras culminas mi esbozo;

si supieras de mi gozo

por tenerte, y que me muero…

.

Ay, Leo, ya sé que buscas

solamente mi sonrisa,

lo sé porque se te agrisa

la tuya cuando te ofuscas.

Hela, pues (ya sean bruscas

tus formas para tenerla).

Para ti, ya puedes verla

con el enigma buscado;

tengo al amor engañado

tan solo por poseerla.

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Crepúsculo...

Me acompaña la música de jazz

en este atardecer como de alpaca;

el sol desvaneciéndose en la hamaca

y el libro pervirtiéndome, locuaz.

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Pletórica de letras y capaz

de no desfallecer con la resaca,

un cielo variopinto se destaca

incendiando el crepúsculo, voraz.

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El día languidece, impenitente,

como el dulce gemido de la ola

con su lento vaivén iridiscente.

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Una diosa galáctica se inmola

y germina un preludio intermitente

de esta tierra de luz y caracola.*

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*El último verso pertenece a un poema de Carilda Oliver Labra, en su honor.