sábado, 4 de marzo de 2017

Trimp, Tramp, Trump, ¡¡¡ay!!!

Es historia reciente el hedor a podrido
que provocó la muerte de millones de seres.
Conmocionó al planeta el brutal alarido
disparado a conciencia por hombres y mujeres.
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Una masa amarilla de vapores inmundos,
anegó las ciudades, con sus pueblos y aldeas,
distorsionando el aire (en cuestión de segundos)
salpicado de heces y mugrientas ideas.
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Corrompieron las aguas de océanos y ríos,
y en cada continente el olor era inmenso,
salían excrementos de cerebros vacíos,
y el tufo acaecía ante un pueblo indefenso.
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Los cielos exhibieron un funesto escenario:
cayeron ranas, chuzos, alpargatas de acero,
rayos, truenos, centellas,  un arcángel sectario...,
y hasta un asteroide circuló justiciero.
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Las arcadas cundían entre la población,
y el gentil universo quiso ser indulgente
viniendo a ayudarles con un rojo pendón.
Se acabó con la peste de la forma siguiente:
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Ocurrió que un verraco de rubial lozanía
escapó a trompicones tras feroz sodomía.

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