Cierto es cuando aseguro que
no puedo escribir si no es a solas. Si intuyo o percibo una presencia, la mente
se me oculta entre las sombras. Ni una frase, ni un suspiro vislumbro. La compañía
me estorba cuando escribo.
No es que sea huraña, que no
es eso. Es que soy sigilosa cuando acudo en busca de emoción o sobresalto. Me introduzco
diligente en mi cerebro y moldeo los latidos que lo arrullan.
Escribir es un pálpito, es
impulso. Es pasión y aventura. Es abrirte por dentro, seccionarte. Es afán por saberte.
Es pulsar el botón del sentimiento.
Al pensamiento lo leo con
sosiego. Lo comprendo y adapto, y, si hay tiempo, lo vuelco al recipiente que
lo acoja.
Van escritos cuatro párrafos,
y con éste llevo cinco, y sentencio, que, aun pensando, leyendo, comprendiendo e
incluyendo el aislamiento, puede salir un soberbio engendro.
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