Señoría, solo fueron
cuarenta y dos
puñaladas
antes de determinar
tirarla por la
ventana.
La mató porque era
suya,
y en aras de esa
proclama,
se creyó dueño,
señor,
verdugo, rey, oligarca,
inquisidor, adalid
y mandamás de su casa.
Hágase cargo el
fiscal,
que la mujer,
timorata,
no paraba de leer,
de escribir versos al
alba,
danzar, salir,
opinar,
dejar que el mar la
hechizara...
Y entenderá que el
esposo,
al carecer de las
armas
que impugnaran ese
arbitrio,
pues, decidiera
matarla.
.
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