La intimidad es xenófoba y huraña; exclusiva y excluyente.
Y se estremece impotente de impúdicas injerencias.
Hay miradas que escudriñan y sondean. Miradas que aparcan
sin remilgos en la intimidad privada; que perforan y te dejan desahuciada y sin
aliento.
Que terminan cavándote una tumba repleta de cascotes y excrementos,
para alimentar su tedio recubierto de herrumbre y de miseria.
Miradas redomadas y furtivas que se cuelan por resquicios
entornados, urdiendo y tergiversando; que mediante triquiñuelas se hacen dueñas
de franquicias sin licencia.
Son miradas ilegales. Miradas no consentidas, impropias y
subterráneas. Miradas inadmisibles.
Miradas que desconocen que la intimidad es refugio, un remanso
acogedor en esta orilla del mundo.
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