Con un salvoconducto de artificio, resuelta a evadirme de
congojas, me cubro hábilmente de indulgencias y quebranto las fronteras de la
mente.
Evito con ahínco las tinieblas que recorren por momentos
mi conciencia, y alego coartada de licencia, logrando sin estorbo la escapada.
Huyo al campo repleto de trigales, donde atisbo los linderos
y la sierra, y percibo melodías de su aliento. Y descanso a la vera de un almendro
contemplando los valles y la tierra.
Me escurro de la pena y del desánimo. De malgastadas
quimeras. Me busco un atajo complaciente. Un camino plagado de palmeras.
Seducidas por el hálito que el aire puro les brinda, las neuronas
agradecen la holganza, el deleite y la huida.
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