sábado, 27 de febrero de 2016

¡MARIANO!...

Cogí el güisqui y me situé cerca de la barra. Me hallaba en el Bar Chicote, lo más chic y mundano de la ciudad, conocido entre la más selecta plebe de vividores: alcohólicos, ludópatas, aristócratas de medio pelo, trepas, sátrapas y puteros, (yo me situaba entre los segundos de la lista).
Entre un runrún de voces distinguí la suya:
- Será en el Gato Negro a las dos de la madrugada.
- ¿Cuántos irán?
- Seremos seis en total.
- ¿Mínimo?
- 10.000 pesetas.
Volaron por el salón unas notas de jazz…
En la mesa contigua una pareja bebía en silencio pendiente de los acordes que brotaban del piano.
Me levanté, pagué la consumición y salí del local.
Dirigí mis pasos hacia el Gato Negro. Eran cerca de la una de la madrugada. En el bolsillo llevaba 10.000 pesetas (la cantidad exigida). Anduve por la Gran Vía, impaciente - el ansia por el juego me excitaba -. En los bajos del Gato Negro no se encontrarían seis personas, una yacía muerta en el salón de su casa.
Me entretuve mirando escaparates. Las putas de la calle Montera merodeaban a mi alrededor, ya nos conocíamos. Las distraje con mis chistes mordaces. Reímos y bebimos, no era para menos, la noche prometía.
Llegué a las dos en punto. Todos sentados alrededor de la mesa de juego. Una silla vacía. Me ofrecí a ocuparla…
¡Corten!
- ¡Mariano! ¿Otra vez intentando colarte en el relato? ¡Cómo tengo que decirte que sólo eres un puto actor secundario!
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