lunes, 25 de febrero de 2013

Llover…


Contemplo, reclinada sobre el alféizar de la ventana, y con la complicidad unánime de mis sentidos, cómo una urdimbre de plata trasciende el aire, y percibo absorta un derramamiento de lágrimas en los cristales.

Observo que la lluvia, al esparcirse, teje un tapiz de estambres irisados en un anhelo incontrolado por lucirse.

Y, al inclinarme, advierto complacida, cómo las gotas de lluvia en su afán de gloria, escancian la tierra del parque, provocando una escalada  eufórica de aromas legendarios.

Ensimismada, oscilo entre los cálidos vapores de dos mundos: el pretérito, amable y de un verde intenso; y el presente, huidizo y con los ribetes azules del invierno.

Contemplo, reclinada sobre el alféizar de la ventana, caer la lluvia dulcemente, con una mansedumbre trágica e inevitable, y admiro profundamente la maestría de los Dioses.

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