Parapetada la tristeza entre neuronas,
se refugia en la trastienda de los párpados y se esconde atrevida tras los
labios, sitiando en una celda a la alegría.
Embutida en tiranía, la tristeza
invade implacable mi cerebro. En silencio. Como la avanzadilla que
sigilosamente asalta a la gente de una aldea.
Taladra inexorablemente una vía
tras otra de mi mente, anegando la conciencia de melancolía. Como el mar cuando
desliza su lengua de agua sobre la arena.
Y culmina sus efectos, desbordando
de lágrimas mi rostro y arrasando con todo lo que pillan. Dejándome maltrecha y
malherida. Pero fresca y radiante hasta la próxima.
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