Miedos que trasgreden la memoria.
Que perduran porfiados, anquilosados por costumbres y consensos.
Que te dejan encogida y sin
aliento como el gélido abrazo del invierno. Miedos añejos y curtidos de penas y
de años.
Miedos que oprimen y que vejan.
Que agarrotan con saña los sentidos; que retuercen el juicio y la cordura.
Miedos desorbitados, inmensos, voraces.
Miedo al hambre y al hombre,
engendrado de aflicciones, torturas y traiciones.
¡Miedos desmayados, sometidos,
transigidos!.
Son tantos y tantos miedos, que el
pensamiento se asfixia y se colapsa. Y huye acobardado hacia los otros, hacia
los frívolos, los aparentes. Hacia miedos teñidos de locura; miedos
vertiginosos que se mecen altivos sobre las cuerdas.
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