Te acarician en las
redes de tal forma, que llegas a creerte casi un dios. Te adulan, te veneran,
te idealizan… Te crean una imagen tan ficticia que emerge paralela a tu
estupor.
Nada hice memorable. A
nadie produje agitación. Fui indomable y pendenciera. ¿A qué viene de repente
esa alegre devoción?
Las redes son
aposentos que engatusan por igual, al débil y al resistente, al culto y al
soñador; al poeta, al escritor, al músico, al inconsciente…
De súbito se filtra por
los hilos de esa urdimbre el vocablo de un “te quiero”, y es fulgor que nos
aturde, y se arma la de Dios.
Y es que vuelan las
palabras que lideran el amor. En el aire se aposentan girando a tu alrededor y enredando
en tu quimera.
De requiebros y reclamos
las redes van bien surtidas. Acribilladas a besos, a caricias, a lindezas… ¿Cómo
no sentirse alteza?
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