No censura el censor, ni las doctrinas,
ni el dios que se inventó lo del pecado;
es el miedo a sentirse rechazado
lo que priva a la gente de endorfinas.
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Te inoculan temprano las toxinas
de un método sumiso y adaptado,
y debes escapar de lo “adecuado”
para sentirte a salvo de pamplinas.
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El cerebro respira* satisfecho
cuando limpias de broza sus circuitos,
y te ensancha, a su vez, el panorama;
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recompone tu espíritu maltrecho
dotándolo de acordes eruditos,
y te invita a volar de rama en rama.
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