Un carnívoro cuchillo
de ala dulce y
homicida
sostiene un vuelo y un
brillo
alrededor de mi vida. (Miguel Hernández)
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Por los fantasmas
lisiados
que renquean por mi
vientre,
ascienden hasta mi
frente,
buitres, muertos
olvidados.
Bailan esquivos y
airados.
Se resquebrajó el
castillo,
por mor de un burdo
caudillo.
Bajo un cielo
irreverente
planea muy sutilmente
un carnívoro cuchillo.
Revolotean los
vientos,
girando sin compostura
en errática locura,
causando giros
violentos.
Supuran polvos
mugrientos
alrededor de la herida,
manando libres, sin brida.
El mundo vuelca su
celo
sobre vasijas de hielo
de ala dulce y
homicida.
Sobre el pobre
desdichado,
sin culpa que lo acredite,
sin culpa que lo acredite,
la sentencia se repite,
un rayo cae fulminado.
Es la ley del desalmado:
la ley del mato y
humillo,
la del castigo y
mancillo,
la ley del ordeno y
mando,
la que riendo y matando
sostiene un vuelo y un
brillo.
Por el horizonte
llano,
se adivinan nuevas
sendas,
aires nuevos, nuevas
riendas;
un porvenir más
liviano.
Un paisaje campechano,
una luz más atrevida.
Nunca caminé vencida,
y ocurrieron mil cruzadas,
arbitrios, luchas,
tronadas,
alrededor de mi vida.
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