El miedo araña, muerde, destroza, y va dejando un reguero
de sangre en la memoria.
Miedos que desgarran, que expolian la vida y la sentencian.
Que encadenan con grilletes la conciencia.
Porque el miedo traspasa, como un bisturí perfecto, los tejidos
del juicio y del talento, anegándolos de espanto por completo.
Miedos crueles que restringen, con saña y fervor inusitado,
los placeres del mundo y de la vida. Miedos que quiebran el coraje y el tiempo,
y reducen la vida a un vasallaje.
Hay miedos depravados y seniles, fondeados en la memoria con
vocaciones perversas. Miedos camuflados y rancios, hastiados de ocultarse o de exhibirse.
Miedos inmorales y estentóreos.
Con tantos miedos desfilando por mis párrafos, hicieron olvidarme
de los otros, de los enterrados. De los miedos batallados y vencidos.