Me
acaricia la niebla en este vuelo
de
oscuro y turbio polvo de difunta,
polvareda
empolvada y cenicienta
irrigando
cenizas por doquier.
Estallan
los espacios siderales
y
un polvorín se expande por los campos
sembrando
en su caída un vendaval
de
restos nacarados y emolientes,
tal
vez con los matices o el sentir
que
tamaños corpúsculos gloriosos,
danzando
vaporosos entre visos
de
un pulcro y melancólico neutrón,
injerten
en la tierra la energía
de
semillas de paz en sus raíces.
O,
quizá, fue mi espíritu
burlón,
causando la ira de los dioses
con
mi terca pasión por el derroche.
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