Abro la cancela y accedo a mi cerebro, sin más, dejándome
llevar por sus delirios, ora extravagantes, ora reflexivos; y me diluyo al
instante por sus redes.
Me habla de amor y de las mentes. ¿Es posible el amor
entre cerebros? Enfrascados ambos en el tema, cavilamos un tiempo sobre ello.
Considerado el asunto con esmero, el cerebro responde que
es creíble; que es probable tal cosa si hay querencia. Que el amor es deseo sublimado,
y es invento entre mentes a distancia.
Mas yo dudo, pues, ¿y el cuerpo? ¿acaso aprobaría tal
invento? El cerebro me mira de soslayo y rechaza de plano mi recelo, pues no en
vano, es el dueño y señor, y es el que manda.
Me escabullo, no obstante, de su urdimbre, y cavilo sin
mente y sin ideas. Mi cuerpo está mudo y degollado, y dejo al arbitrio de otras
mentes, el dislate o acierto de este invento.
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