Con el ulular del mundo como eco inconfundible de mi
existencia, me asomo al folio, ensimismada en el desconcertante fluir de mis
neuronas, y persuadida de su pertinaz desvío por atajos clandestinos.
Instalada en efecto en mi cerebro, la locura se inmiscuye
entre mis letras como portavoz indiscutible de mí misma. Motivos curativos, dicen
que alega; y motivos necesarios de limpieza en la broza amontonada en la cabeza.
Pues no en vano, a la idea, al lienzo, al poema, al discernir
y al tiempo, les pone su contrapunto y su grano de belleza; autentifica las obras
con su esencia. Las nutre de condimentos, de belleza, de música, de resortes, sutileza…
La locura ennoblece cualquier obra que se preste. Es ingeniosa,
sublime, inteligente y certera. Es mi guía, la que pone en pie de guerra a toda
mi artillería.
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