Cogí el güisqui y me situé cerca de la
barra. Me hallaba en el Bar Chicote, lo más chic y mundano de la ciudad,
conocido entre la más selecta plebe de vividores: alcohólicos, ludópatas,
aristócratas de medio pelo, trepas, sátrapas y puteros, (yo me situaba entre
los segundos de la lista).
Entre un runrún de voces distinguí la
suya:
- Será en el Gato Negro a las dos de la
madrugada.
- ¿Cuántos irán?
- Seremos seis en total.
- ¿Mínimo?
- 10.000 pesetas.
Volaron por el salón unas notas de jazz…
En la mesa contigua una pareja bebía en
silencio pendiente de los acordes que brotaban del piano.
Me levanté, pagué la consumición y salí
del local.
Dirigí mis pasos hacia el Gato Negro. Eran
cerca de la una de la madrugada. En el bolsillo llevaba 10.000 pesetas (la
cantidad exigida). Anduve por la Gran Vía, impaciente - el ansia por el juego
me excitaba -. En los bajos del Gato Negro no se encontrarían seis personas,
una yacía muerta en el salón de su casa.
Me entretuve mirando escaparates. Las
putas de la calle Montera merodeaban a mi alrededor, ya nos conocíamos. Las
distraje con mis chistes mordaces. Reímos y bebimos, no era para menos, la
noche prometía.
Llegué a las dos en punto. Todos sentados
alrededor de la mesa de juego. Una silla vacía. Me ofrecí a ocuparla…
¡Corten!
- ¡Mariano! ¿Otra vez intentando colarte en
el relato? ¡Cómo tengo que decirte que sólo eres un puto actor secundario!
.
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