Por el fresco velo del alba, camino desnuda de juicio; me
someto, casi con lujuria, al placer sereno del momento, a la suave caricia del
entorno.
Accedo al lenguaje más íntimo, el que incita a la piel a
erizarse, el que atrevido recorre los puntos más vulnerables.
Admiro, según avanzo, la imponente presencia de la luna con
su azaroso cortejo de estrellas. Y compruebo, complacida, el mágico efecto que
me invade.
Mas la emoción se esfuma por laberintos inciertos, como el
aliento de un beso en su efímero destello, y me deja a la deriva en este latir
de dedos.
A veces, empero, silba, y en ese silbido hallo lo que
intuyo, que dosifica el mundo sus encantos; que expande, con maravilloso
ingenio, su vestuario.
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