El cúmulo insaciable de atrocidades que este mundo voluble
se empeña en mostrar constantemente, me apercibieron que el día, la hora, el
minuto y el instante eran lo urgente.
Advertí que el mañana, antojadizo, no existe si las
sombras así lo exigen. Y mientras esto escribo, me abstraigo observando cómo aparecen
las letras con su repiqueteo vital, como si fuera a hallar en ellas un tesoro
oculto.
Disfruto intensamente este deambular por el folio virtual, de
forma que tengo todos mis sentidos concentrados en él. Y accedo a mi interior
para que el cerebro y los sentimientos que le acompañan, colaboren con
entusiasmo.
Paladeo los momentos de este caminar sosegado de las palabras,
con la emoción y el convencimiento de saber que por ellas discurre la vida. Que,
a través de ellas, mi tiempo es eterno.
Porque, en cualquier momento, una pena grande puede
cercenar el aire y sembrar la tierra de lágrimas.
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