Hallándome en un ferrocarril cuyo itinerario transcurre impredecible
sin yo poder hacer nada por evitarlo, contemplo, a través de cristales tiznados
por el uso y la costumbre, el transcurrir del tiempo y la decadencia del
espacio.
Observo, envuelto en jirones de belleza imperfecta, un mundo
trepidante, desbocado, salpicado de retazos de campos, de pueblos, de montañas
y bosques.
Abrumada por el brusco ronroneo del tren, accedo a mi
recinto sagrado y abro el libro imaginario. Casi al instante, me deslizo por las
frescas aguas de la serenidad.
La mirada percibe sin esfuerzo un paisaje sin límites, abierto
al fluir incesante de los vientos; un escenario ataviado de matices asombrosos,
e inmerso en una danza invisible de aromas y melodías.
Precioso viaje! Gracias !
ResponderEliminarGracias a ti, Jordi, por leerme. :-)
EliminarSon dos viajes, entonces: el de la vida o el de la pesadilla, y el viaje interior por el libro imaginario.
ResponderEliminarExacto. En realidad es el mismo pero con ambientación, como si dijéramos.
EliminarGracias, Juan Carlos.