En
una Remington de 1890, tecleé las letras: “P”, “O”, “E”, “S”, “Í”, “A”………………. y
me precipité al abismo.
Anduve por una
selva habitada por extraterrestres, musas descarriadas, neuronas histéricas y
caníbales disfrazados.
Con este grupo
inverosímil, atravesé montañas, recorrí gargantas de fuego, naufragué en
océanos, sobreviví a los desiertos, me perdí en laberintos…; hasta atisbar un
inmenso valle de lágrimas donde descansé.
Desperté eufórica y
desaparecí sigilosa de aquel escenario delirante.
Y, de súbito,
penetré en otra dimensión. Fue fácil, sólo rocé el resorte de la provocación.
Un mundo esotérico
atestado de enigmas, figuras retóricas, rimas, espinelas, sonetos, liras,
romances, silvas, ovillejos, sextinas... Un cúmulo de adivinanzas y
jeroglíficos imposibles se extendía estrafalario ante mis ojos.
De una inmensa
alfombra roja que se prolongaba hasta el infinito, sobresalían minúsculos
tentáculos, cuyas ventosas trataban de aferrarse a mis pies para impedirme el
movimiento. ¡Osaban atraparme!
Pulsé la clavija
del ingenio y deambulé por el cerebro buscando alternativas. Neuritas
indigentes se mostraban remisas a cooperar. Continué indagando y accedí a la
zona superior o CSI (Centro Superior de Inteligencia).
La respuesta brotó
incandescente a modo de surtidor, salpicando de libélulas mis sentidos: “urgía
volver a la Remington. Era necesario encontrar la fórmula que eclipsara la
palabra fatídica.”
Corrí como la
pólvora por la alfombra roja resuelta a zafarme de cualquier cadena. De un
salto me agarré a las nubes, iniciando un vuelo alucinante hasta el recinto acorazado
de la Remington.
¡Plof! Caí sobre la
falsa silla ergonómica como un fardo, dispuesta a tramitar mi salvoconducto a
la libertad. Mis dedos volaban sobre las teclas: clic-clic-clic,
clic-clic-clic, clic-clic-clic. ¡El folio seguía en blanco! ¡no podía ser! ¡era
imposible! Clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic-clic.
Los dedos
resbalaban, tropezaban, se hundían entre las teclas. Me lancé sobre la máquina
en un intento de… ¡La cinta había expirado! ¡Ni una gota de tinta quedaba en su
interior!
Me ha encantado, Teresa, encantado de leerte.
ResponderEliminarGracias, Javier. Me alegra que te haya gustado. Un abrazo.
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