La
media luna blanca, ingrávida en la aurora,
desplaza
de mis sueños tus carnales excesos;
y,
abiertos ya los ojos, el sueño se evapora
cual
gota de rocío que el sol disuelve a besos.
El
cielo se ilumina ensanchándose el mundo,
y
yo, que me disperso entre nubes y claros,
interpreto
la vida como un caudal fecundo
que
transcurre excitante con efluvios dorados.
Me mantengo
en el borde de un sensual precipicio,
disfrutando
el abismo con total complacencia;
ya
no temo a la muerte, forma parte del juicio
que
me empuja a quererte y aminora tu ausencia.
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