Nos transporta el eco, desde el fondo del mundo, un rumor
añejo de voces mezquinas y miradas viejas.
En el engranaje de tales miserias se fatiga el alma,
castigada y ciega. Y comienza el duelo de la pesadumbre.
Porque no hay camino que más se bifurque como el
construido sin pies ni cabeza, con la vista puesta en “lo que Dios quiera” y
con crucifijos hasta en las orejas.
Nada se sustenta, todo se desangra. Es la muerte lenta por
la estupidez, las palabras huecas, la desfachatez. Se fugan los dioses por la sinrazón
y por la pobreza.
En esta incertidumbre deambulamos todos, entre grandes
charcos de desesperación. El cielo se nubla y se agita el aire con el
desconcierto.
Todo queda incierto, ni siquiera el verso tiene salvación;
se oscurece el cielo. Es una punción tras otra punción.
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