Veo pasar los días como cuchillos lanzados por la espalda.
Y se me antoja eterna la certeza de saberme muerta.
Peldaños al vacío.
Al remolino del polvo.
A la niebla.
Al rescoldo
de un fuego
expirado.
Al infierno.
Bajo el acoso del tiempo las horas se amotinan, dejándome
un encaje de bolillos para entretenerlas.
Atrapada entre paréntesis, me remuevo inquieta, como mero
juguete de un dios extraño, sabiendo que no hay prórrogas, ni plazos. Que el tiempo
se me escurre entre las manos.
Mas no hay modo de escaparme, me hostiga demasiado esa amenaza
que intenta desguazarme en mil pedazos.
Y en el amor confío plenamente para hacer más llevadero este
martirio. Me deshago del ego y del apremio, y me dejo llevar por el abismo de saberme
en el otro renacida.
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