Si retoza el pensamiento y se cuela por el túnel del
pasado, las ideas se oscurecen y caminan consternadas e invidentes, tropezando
con esto y con aquello.
Cuando intuyo el descuido de la mente, cierro la trampilla
con urgencia y me abrazo felizmente a mi
presente; desechando pretéritas historias.
No es que sea un pasado encapotado, que no es eso. Es que
debo proveerme de coraza si pretendo liberarme de mandatos, de encorsetadas corduras
y prudencias.
Pues mis años se afianzaron de vivencias. Se alimentaron de
errores y de aciertos. De horas malgastadas y rentables. De destrezas y torpezas.
Ellas fueron las que urdieron mis cimientos. No fueron los
preceptos ni condenas.
Es cierto que la memoria tiene sus propias reglas, no siempre fáciles de descifrar si se tiene del pasado una visión diferente a la que el recuerdo evoca.
ResponderEliminarCon todo, cuando hablas de vivencias, supongo que hay que añadir a estas las vivencias de preceptos y condenas, por lo que no es igual el simple rechazo de las mismas a un rechazo basado, digamos, en un análisis más o menos consciente.
Por otro lado, nunca se está completamente seguro de que en el presente no pesen algunos atavismos.
En todo de acuerdo contigo. Pero la ilusión de creer que has sido libre de elegir tus propios derroteros es demasiado fuerte para no caer en la tentación de apuntalarlo en un escrito. Esos "preceptos y condenas" marcaron y marcan, para bien o para mal, tu "libertad".
ResponderEliminarGracias por el comentario.