domingo, 28 de julio de 2013

Mañana…

El cúmulo insaciable de atrocidades que este mundo voluble se empeña en mostrar constantemente, me apercibieron que el día, la hora, el minuto y el instante eran lo urgente.

Advertí que el mañana, antojadizo, no existe si las sombras así lo exigen. Y mientras esto escribo, me abstraigo observando cómo aparecen las letras con su repiqueteo vital, como si fuera a hallar en ellas un tesoro oculto.

Disfruto intensamente este deambular por el folio virtual, de forma que tengo todos mis sentidos concentrados en él. Y accedo a mi interior para que el cerebro y los sentimientos que le acompañan, colaboren con entusiasmo.

Paladeo los momentos de este caminar sosegado de las palabras, con la emoción y el convencimiento de saber que por ellas discurre la vida. Que, a través de ellas, mi tiempo es eterno.


Porque, en cualquier momento, una pena grande puede cercenar el aire y sembrar la tierra de lágrimas.

sábado, 20 de julio de 2013

Disquisiciones…

Si musito al aire que me escuche, y al aire le place oírme, le digo, quedo y muy suavemente, que la soledad la siento y la disfruto. Sólo quiero propalarlo para que quede suscrito.

Que a la soledad la quiero con convencimiento; que aun sumida entre el gentío, ni siquiera se resiente mi soledad tan querida. Pues no en vano se curtió de soledades y cuitas.

A la soledad la mimo, la complazco, la sublimo, la cortejo, la alimento, le regalo cuantos antojos requiera, y si acaso adolece de algún capricho escondido, le prometo recompensa si tardo más de la cuenta en ponérselo a su arbitrio.

Mas si la soledad no entraña deberes ni obligaciones, no me importa compartirla, pues dos soledades celosas de su propia soledad es algo que me fascina.


La soledad es libertad, y, aunque suponga entenderlo casi una eternidad, barrunto, casi con seguridad, que todos la llevamos dentro.

jueves, 4 de julio de 2013

Soberanía

Rumiando el menú del post, e indagando el resorte que impulsa a mis dedos a decantarse por unas letras y no otras, reflexionaba acerca de su afán soberanista y de su infame y sutil habilidad por mostrar su autoridad.

Los 20 minutos largos que tardo en cubrir el trayecto de mi casa al trabajo, los dedican mis neuronas (el cuerpo se abstiene dado su temor empírico a las caídas) a dialogar sobre esto y aquello y lo de más allá, con un deleite rayano en la estulticia.

Porque es de justicia decir, que una cosa es lo que elaboran mis neuronas con primor exquisito, y otra bien distinta, el expolio que mis dedos, indignos y mordaces, realizan sobre el folio.


Andaba, pues, explorando las ocultas intenciones de mis dedos y su repulsa a obedecer órdenes directas del gobierno cerebral, cuando la realidad se impuso plúmbea, opaca, exigente, opresora, brusca y acerada. Topé de súbito con la entrada al centro de trabajo.